Lo que hacen los otros puede ser el estímulo de nuestros sentimientos pero no la causa. En nuestro entorno seguro que tenemos el gusto de conocer a más de uno que tiene ese don tan particular para sacarnos de nuestras casillas. Personas que sorprendentemente siempre saben qué decir o qué aportar para hacernos entrar en un estado de malestar.
¿Quién les ha dado ese poder?
Porque para poder perturbar el estado del otro, ese otro también tiene que estar de acuerdo. Aceptamos entonces nuestra vulnerabilidad porque cambiamos de estado, pero la culpa es del que incordia. Si esas personas tóxicas no existieran, nosotros irradiaríamos sólo felicidad desde un estado de bienestar...¿no?. Porque nuestros estados no los provocamos nosotros mismos si no los demás que siempre han sido muy despiadados...
¿Y si no estuvieran?, ¿nos haríamos responsables de nuestros propios estados?, ¿o señalaríamos a un nuevo culpable, porque la responsabilidad pesa demasiado?
El darse por aludido, tomárselo por el lado personal, sólo reparando en la autointerpretación. No es algo que dependa de la persona que posee tan curiosa habilidad para fastidiar. Él único que puede autorizarlo es el fastidiado. Y aunque suene a fastidio, tuya es la elección.
¿Y tú, qué decides?
No debemos echar la culpa al empedrado de nuestra cojera......