Esta mañana al despertar ya no estabas a su vera.
Sentía el vacío de tu huída.
Te buscó, te aclamó, examinó todos los rincones pero tampoco te encontró.
Reconocía su angustia mientras pronunciaba tu nombre. Pensaba en tu pérdida y en que quizás ya no volvería a escuchar tu peculiar canción. Así que salió a la calle. Tenía la esperanza de encontrarte allí, entre el bullicio y el tumulto de la gente. Tampoco apareciste. Recordó por un momento vuestra última comunicación. La noche anterior, mientras intentaba explicarte lo inusual de tu presencia. Lo inusual de vuestra relación. Al terminar con su argumento. Tú como haces siempre, no dijiste nada, ella en cambio no cesó de hacerlo. Cuando la añoranza desapareció, su alma se sintió abrigada de nuevo. Comprendiendo que siempre estás, escondido entre nuestro ruido. No puedes no habitar. Tu presencia o tu no presencia se confunde con buscarte, encontrarte y no escucharte. Y más bien trata de sentirte, aceptarte y no descuidarte. Tres días necesitó para asimilar que tú, el silencio, puedes ser su grito más fuerte.
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